A seis años del inicio del bombardeo de Serbia (1999)Un día como hoy, pero en 1999, la OTAN iniciaba la primera gran ofensiva que marcaría el primer experimento a escala mundial. Para comprender (yo mismo) qué es lo que ocurría, escribía hace algunos años lo siguiente:
Durini D., "Ocaso en el delta. Apuntes sobre historias yugoslavas", parte.
"En una especie de retroanálisis, muchos coincidían con lo que escribe Palau [1] en cuanto a lo que ocurría en los países de la ex-Yugoslavia después de 1995:
Hablamos aquí de un dictado sobre fronteras postyugoslavas de 1990-1991 para distinguir lo que fue la fijación de un consenso entre poderes, de sus manifestaciones posteriores más evidentes. Éstas fueron: los reconocimientos formales de Eslovenia y Croacia en enero de 1992 por parte de la Unión Europea (EU), seguidas del reconocimiento de Bosnia-Herzegovina por la UE y EUA en abril del mismo año; la admisión de esas tres repúblicas en Naciones Unidas un mes más tarde; el reconocimiento de Macedonia más adelante; asimismo, el ”desreconocimiento” de Yugoslavia, lo que significó la exclusión de Serbia y Montenegro tanto de la ONU como de la CSCE, al entenderse que la menguada Yugoslavia no era sucesora de la anterior Yugoslavia -aunque el estado Yugoslavo creado en 1918 fue admitido internacionalmente como sucesor legal de Serbia, que preexistía-. Todos los planes de paz promovidos internacionalmente entre 1993 y 1996 parten del supuesto de que las partes yugoslavas en conflicto deben aceptar como fronteras internacionales las líneas de demarcación que unían dentro de Yugoslavia a las repúblicas federadas, aceptación que finalmente se produce por parte serbia en el
Acuerdo de Dayton. Podemos decir que la
paz de Dayton es más la reconciliación entre Serbia y la comunidad internacional occidental con base en las fronteras por ésta dictadas y por aquella rechazadas, que una verdadera paz, consistente en la confianza recíproca entre las comunidades enfrentadas y la normalización de relaciones entre ellas, lo que todavía tardará años en restaurarse.
El dictado internacional de fronteras postyugoslavas contradijo las prácticas de los poderes mundiales y de las instituciones internacionales representativas creadas después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente Naciones Unidas y la Conferencia -hoy, Organización- de Seguridad y Cooperación en Europa; en suma, violó todas las doctrinas establecidas para evitar la guerra. Los poderes occidentales reconocieron repentinamente en Yugoslavia lo que durante décadas negaron a tibetanos, kurdos, cachemires, tamiles, biafreños, timoreses orientales, siks indios, moros filipinos... y a tantos otros, es decir, el reconocimiento a separaciones unilaterales respecto de estados establecidos. La Convención de Montevideo de 1993 estableció criterios para el reconocimiento de nuevos estados, basados en primar la continuidad de los preexistentes y exigir a los nuevos candidatos serios requisitos de consenso interno y externo, así como el control efectivo del territorio [2].
Por el otro lado, en la escena política serbia se hacían cada vez más evidentes los cambios en la popularidad del presidente. Mira Milosevich [3] recuerda que fue en 1996 cuando Slobodan Milošević por vez primera no obtuvo mayoría en las elecciones, y se vio obligado a formar gobierno con los diputados del
Partido Radical Serbio, de Vojislav Šešelj, cuya popularidad había crecido –lo que confirma que el nacionalismo, a pesar de las guerras mal acabadas, no había desaparecido, ni mucho menos-, y con los de JUL de su mujer, Mirjana Marković. Pero, sin duda alguna, lo más importante de la nueva coyuntura fue el giro en el discurso político de Slobodan Milošević. Mientras los nacionalistas le acusaban de traicionar a los serbios de la Krajina serbia y de no defender los intereses de los de la Krajina bosnia, Milošević y sus secuaces sustituyeron la propaganda bélica por una retórica del apaciguamiento. Tal retórica tuvo un claro objetivo: acabar con el Gobierno de Pale, acusando a Radovan Karadžić de haber provocado el odio y los conflictos [3].
(...)
En 1996 Amnistía Internacional, junto con otros organismos humanitarios, denunciaron numerosas violaciones a los derechos humanos en contra de la población albanesa en Kosovo. Serbia justificó sus fuerzas de seguridad bajo el argumento de que eran actividades para el freno de grupos terroristas separatistas. En broma te comentaban que en Serbia ya se había resuelto el problema de la delincuencia; a todos los criminales los mandaban sistemáticamente a Kosovo como parte del reclutamiento policíaco.
Mira Milosevich [3] comenta que desde la derogación de la Constitución de 1974, que puso fin a la autonomía de Kosovo y Vojvodina, era sólo cuestión de tiempo que la crisis kosovar se convirtiera en guerra abierta entre serbios y albaneses. A partir de 1989 existió sólo una forma de ejercer la soberanía serbia en el territorio: aumentar la represión sobre la población civil albanesa. Desde ese año, los ciudadanos albaneses boicotearon todas las elecciones serbias, organizando otras propias y paralelas. Sin reconocimiento institucional mutuo, describe la escritora [3], era prácticamente imposible cualquier negociación política, en el improbable caso de que alguien la hubiese querido de verdad. La edificación del régimen de Slobodan Milošević sobre la ”difícil e insoportable vida de los serbios en Kosovo” tuvo otra consecuencia: ya nadie creía que la vida en Kosovo para los serbios fuera posible. En realidad, la meta de los nacionalistas albaneses no era la vuelta a la Constitución de 1974, porque ya en 1981, antes de la llegada al poder de Slobodan Milošević y antes de que entrara en vigor la Constitución de 1989, los albaneses pedían la independencia y un estatuto de república dentro de la Yugoslavia comunista. Cuando, en 1983, el
Ejército yugoslavo abandonó la provincia por orden del Gobierno federal, se demostró la indiferencia de las otras repúblicas ante la suerte futura de la región. Esta solución, explica la socióloga [3], tanto como la propuesta de Slobodan Milošević en 1989, iba a empeorar la ya difícil convivencia de serbios y albaneses.
En otra parte, la socióloga [3] comenta que Dobrica Ćosić, en su propio
Memorandum (para ti, el
Memorandum [4] le pertenecía a la Academia serbia de las ciencias y las artes), era más suave. Él proponía una partición de la provincia, en la cuál veía el único medio de que ambos pueblos pudieran disfrutar de sus derechos nacionales. En ese caso, la parte norte de Kosovo, donde está el
Campo de Mirlos (
Kosovo polje) y los monasterios serbios construidos por los Nemanjić en el medievo (del siglo IX al XIV) y las minas de cobre, debería pertenecer a los serbios. La parte sur, territorialmente más grande pero más pobre, quedaría para los albaneses. Sin embargo, Slobodan Milošević no tuvo ningún interés en dividir Kosovo. Según esta autora [3], el hombre de la guerra prefería una vez más el conflicto armado, porque en ello estribaba la esencia y la tecnología de su poder. Desde mi muy particular punto de vista éste era un vicio repetido hasta el cansancio incluso por los últimos gobiernos estadounidenses, desde una posición muy distinta y una suerte radicalmente diferente.
Mira Milosevich [3] prosigue comentando que los enfrentamientos armados entre la policía serbia y el
Ejército Albanés de Liberación (UCK) empezaron a finales de 1997 y se intensificaron a partir de febrero de 1998, con la intervención de la policía y de los paramilitares serbios en Drenica, foco principal de la guerrilla albanesa, llamada por el régimen ”organización terrorista”. El UCK no era un ejército ni mucho menos, ni siquiera alguien con quien se pudiera contar en una mesa de negociaciones. Organizada por los nacionalistas albaneses más radicales y financiada por la mafia albanesa con dinero de narcotráfico –lo que sus jefes nunca ocultaron, alegando que todos los medios son buenos si de conseguir la independencia se trata-, no era un interlocutor presentable en círculos diplomáticos. Lo confirma, sigue Mira Milosevich [3], la insistencia americana en la convocatoria de un referéndum sobre la independencia de Kosovo, que debería dar la legitimidad a un interlocutor designado por el pueblo albanés. El 23 de abril de 1998, Ibrahim Rugova fue elegido presidente de la ”República de Kosovo”, en unas elecciones paralelas auspiciadas por los americanos.
A lo largo de 1998, sigue Mira Milosevich [3], los conflictos entre los albaneses y los serbios se recrudecieron. Slobodan Milošević jugaba la carta del todo o nada: o seguir imponiendo sus condiciones en Kosovo o perderlo por una intervención de la OTAN que, sabía, no era del todo descartable. En octubre de 1998 había firmado un acuerdo con su antiguo amigo Richard Holbrooke, al que había conocido cuando representaba al
Beogradska Banka (Banco de Belgrado) en Nueva York, y que había sido el mediador del
acuerdo de Dayton. El nuevo acuerdo contenía cuatro puntos: la retirada de las fuerzas serbias; el regreso de doscientos mil albaneses que habían huido aterrorizados a los bosques; la entrada de observadores de la OSCE, y una tregua. El acuerdo no fue respetado por Slobodan Milošević, pero tampoco, en lo que se refiere al cuarto punto, por la guerrilla albanesa. Como repitió varias veces su caudillo Hasim Thaqui, el UCK no se confirmaría con nada menos que la independencia [3].
En 1999, tras la intermediación de países extranjeros a través de las negociaciones realizadas en Rambouillet y París por iniciativa del
Grupo de Contacto creado especialmente por el problema de Kosovo, se obtuvo sólo un compromiso verbal de ambas partes para el final de hostilidades militares. El 18 de marzo se firmó el acuerdo de representación únicamente por el lado albano kosovar. Aquí cabe mencionar que las dos delegaciones nunca estuvieron en contacto directo y el acuerdo contenía resolutivos a los que se debía atener Serbia y que eran insostenibles para cualquier país.
Mira Milosevich [3] sigue explicando que las conversaciones organizadas por la comunidad internacional en Rambouillet –el 18 de febrero de 1999- tenían una meta muy difícil de alcanzar: convencer a la delegación serbia de que Belgrado detuviera la represión y la limpieza étnica en Kosovo, y a los albaneses, de que se conformaran con una amplia autonomía, sin discutir la independencia.
La postura serbia, prosigue la socióloga [3], no sorprendió a nadie. Tampoco la albanesa. La gran sorpresa de Rambouillet fue Hasim Thaqui –cuyo nombre de guerra era
Serpiente-, que representaba la guerrila del UCK. Fue él, y no el previsto interlocutor Ibrahim Rugova, quién empujó a la delegación albanesa a firmar el acuerdo de paz en el segundo intento de negociar una salida pacífica, en París, el 15 de marzo de 1999. La delegación serbia no aceptó el acuerdo, que suponía, además de lo pactado con Holbrooke, un despliegue de treinta mil soldados de la fuerza internacional en Kosovo, para garantizar la paz, y dos puntos a los que los serbios se oponían especiamente: que la OTAN tuviera libertad de movimientos no solo en Kosovo, sino
en todo el territorio de Serbia, y que al cabo de tres años
los kosovares pudieran elegir la independencia en un referéndum –el hecho de que, ochenta días después, los términos del armisticio no contuvieran alusión alguna al desplazamiento libre de las tropas atlantistas sobre suelo yugoslavo permitiría a Slobodan Milošević presentar su derrota como una enmienda lograda del documento de Rambouillet-.
Estados Unidos y la OTAN amenazaron con atacar Yugoslavia si Slobodan Milošević no firmaba el acuerdo de paz, mientras verificadores de la OSCE eran evacuados de Yugoslavia junto con habitantes y cuerpos diplomáticos de diversos países extranjeros.
Ante la inminencia de los ataques por parte de la OTAN, Holbrooke realizó el último intento mediador. Mira Milosevich [3] comenta que una noche antes, el 22 de marzo, antes de salir de su despacho, Holbrooke le preguntó a Slobodan Milošević: ”¿Está verdaderamente claro para usted lo que va a pasar cuando yo abandone el palacio presidencial?” Milošević respondió: ”Ustedes van a bombardearme.”
Al no conseguir acuerdo alguno, el Secretario General de la OTAN ordenó comenzar los bombardeos contra objetivos yugoslavos el 24 de marzo de 1999, operación militar conocida como
El ángel blanco, denominada así por el fresco más conocido de uno de los monasterios serbios más antiguos de Kosovo, Gračanica.
Ironía tras ironía.
Era ésta la primera ocasión en la que la OTAN con sus diecinueve países miembros -anexados a última hora Polonia, Hungría y la República Checa- intervenía militarmente en un país no miembro, por conflictos internos en éste y sin la aprobación del
Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia, Bielorusia, China e Iraq se opusieron enérgicamente a esta iniciativa desde un inicio, aunque sólo diplomáticamente. No se debe dejar de mencionar que Iraq, Bulgaria y China fueron incluso intimidadas militarmente, en acciones y bombardeos que la comandancia de la OTAN calificó de errores.
Bibliografía:
[1] PALAU, Josep,
El Espejismo Yugoslavo, Ediciones Del Bronce, Barcelona, 1996, p. 267-268, apud. Hartmann,
op. cit., pp. 391-399
[2]
Ibid., p. 270, apud. Capítulo VII, apéndice B, artículo 8: ”El personal de la OTAN, con sus vehículos, navíos, aviones y equipamento, deberá poder desplazarse, libremente y sin condiciones, por todo el territorio de la Federación de Repúblicas Yugoslavas, o que incluye el acceso a su espacio aéreo y a sus aguas territoriales. Se incluye también el derecho de dichas fuerzas a acampar, maniobrar y utilizar cualquier área y servicio necesarios para el mantenimeinto, adiestramiento y puesta en marcha de la operaciones de la OTAN”.
El País, 8.05.1999.
[3] MILOSEVICH, Mira, Los tristes y los héroes. Historias de nacionalistas serbios, Ed. Espasa Calpe, S.A., Madrid, 2000, op. cit., p. 263
[4] MIHAILOVIĆ, Kosta et. KRESTIĆ, Vasilije,
Memorandum of the Serbian Academy of Sciences and Arts. Answers to Criticisms, SANU, Beograd, 1995.