De otro lunes, de otro verano fugaz
Henos aquí, de vuelta... corriendo, parándonos, contemplando los actos pasados: la vida, el aprendizaje.
Algo sucede cuando repentinamente nos aceleramos. La adrenalina corre, la mente se aloca: el cuerpo se cansa y el incontenible sentimiento de vacío se apodera de todo, o casi todo que no es lo mismo pero es igual (Silvio dixit). Ayer decidí dejar de correr. Tomármela más despacio, con calma. Disfrutar más los acontecimientos que tal vez se vuelvan menos (o tal vez no). De vuelta empecé a meditar. Retomé un libro que hacía ya rato que inicié y que desafortunadamente esperaba abandonado el que yo saliera de esta interminable fiesta que es Göttingen cuando uno es becario, estudiante de vuelta, solo (aunque no solitario). Lo simplemente inevitable cuando coinciden tantas almas tan extrañas, de tantos sitios diferentes, con tantas historias, tal vez huyendo, tal vez buscando, tal vez... solamente siendo.
El viernes pasado fuímos a Erfurt. La primera ciudad que conozco que haya pertenecido a la Alemania del este. Bonita, claro. Ni más ni menos que la mayoría de las ciudades alemanas que ya conozco. La catedral donde se casaron los padres de Johann Sebastian Bach, el claustro que contenía en su interior un refugio anti ataques aéreos y que fue destruído justamente por una bomba en 1945, el convento/seminario en el que estudió Martín Lutero y en el que posteriormente dio clases; la casa sede de una histórica reunión entre Goethe, Schiller, los hermanos Grimm, los hermanos von Humboldt y uno que otro intelectual renombrado de la epoca más. Mucha historia y las mismas tiendas, las mismas marcas, la misma invasión a los centros históricos... moles comerciales que reivindican a cada paso esta terrible era del consumismo: despiadado y aparentemente indestructible, engañoso, embelecedor.
"Y todo ha mejorado desde hace diez años. Las fachadas renacentistas han sido pintadas de vuelta, los colores por todos lados, las tiendas, el transporte público vistoso, una maravilla."
"Y qué opina usted cuando va, por ejemplo a Göttingen?"
"Pienso tristemente que Erfurt va siempre para arriba, mientras que Göttingen va irremediablemente para abajo."
"Aha. Pero, apoco de plano todo es tan bonito desde la caída del muro?"
"Pues sí. Bueno, en realidad, no. Antes no había desempleados. Ahora son casi el 30% de la población. Y también ya aparecieron los vagabundos, como en Göttingen. Una tristeza. Y hay que pagar el seguro (una lanota acá en Alemania)."
Y poco a poco, uno ya no ve los colores, ni las fachadas. Se maravilla un tanto por descubrir una atedral católica construída justo a lado de una iglesiota protestante, así, compartiendo la misma escalinata. Sonríe uno para dentro. No puede olvidar tanta guerra y tanta persecusión... odio y sangre. La reforma, la contrareforma, el poder. Una y otra vez. Y se asquea uno, así de repente ante más tiendas. Y recuerda uno los periódicos que hablan de la terrible carga que aún representa la Alemania oriental para la otra. Recuerda el hecho que aún existan dos Alemanias. Pintadas igual, llenas de colores y de tiendas, pero aun dos. Diferentes.
De vuelta Göttingen, en una fiesta conoce uno a unos polacos, una checa, unos chilenos, peruanos, bolivianos, uno que otro alemán despistado, más gringos, otra mexicana, más camerunenses... Una checa que se va al otro día por la mañana de vuelta a Praga descubre el doble orígen de uno. Sonríe. Intenta balbucear algunas palabras en serbio. Dice que el verano pasado pasó un mes en Belgrado. Que es una ciudad hermosa (como no lo va a ser si es la ciudad de uno). Uno le platica que está cañón la situación. La también estudiante de ciencias políticas responde que la imagen que se tiene de los serbios es terrible. Los dos saben que en las agencias de viajes se recomienda fuertemente no entrar a aquellos lares. De hecho, ni paquetes hay. Algunas referencias al idioma croata acá y allá. Del serbio ni sus luces. Le recomienda a uno mejor agarrárse de lo mexicano que uno también es. Pa´evitar problemas. Uno le platica que es una especie de misión reivindicar el renombre. Tratar que mostrar que el prejuicio es señal de estupidez y superficialidad. Ella lo apoya en la misión. Mueve a cabeza en señal de entendimiento de lo difícil que eso puede llegar a ser. Uno no etiende. Intenta buscar la medida adecuada para tal cerrazón, tal tontería.
A veces, uno también siente llorar.
Hoy de vuelta es verano y en tres días llega la Chascona.
Henos aquí, de vuelta... corriendo, parándonos, contemplando los actos pasados: la vida, el aprendizaje.
Algo sucede cuando repentinamente nos aceleramos. La adrenalina corre, la mente se aloca: el cuerpo se cansa y el incontenible sentimiento de vacío se apodera de todo, o casi todo que no es lo mismo pero es igual (Silvio dixit). Ayer decidí dejar de correr. Tomármela más despacio, con calma. Disfrutar más los acontecimientos que tal vez se vuelvan menos (o tal vez no). De vuelta empecé a meditar. Retomé un libro que hacía ya rato que inicié y que desafortunadamente esperaba abandonado el que yo saliera de esta interminable fiesta que es Göttingen cuando uno es becario, estudiante de vuelta, solo (aunque no solitario). Lo simplemente inevitable cuando coinciden tantas almas tan extrañas, de tantos sitios diferentes, con tantas historias, tal vez huyendo, tal vez buscando, tal vez... solamente siendo.
El viernes pasado fuímos a Erfurt. La primera ciudad que conozco que haya pertenecido a la Alemania del este. Bonita, claro. Ni más ni menos que la mayoría de las ciudades alemanas que ya conozco. La catedral donde se casaron los padres de Johann Sebastian Bach, el claustro que contenía en su interior un refugio anti ataques aéreos y que fue destruído justamente por una bomba en 1945, el convento/seminario en el que estudió Martín Lutero y en el que posteriormente dio clases; la casa sede de una histórica reunión entre Goethe, Schiller, los hermanos Grimm, los hermanos von Humboldt y uno que otro intelectual renombrado de la epoca más. Mucha historia y las mismas tiendas, las mismas marcas, la misma invasión a los centros históricos... moles comerciales que reivindican a cada paso esta terrible era del consumismo: despiadado y aparentemente indestructible, engañoso, embelecedor.
"Y todo ha mejorado desde hace diez años. Las fachadas renacentistas han sido pintadas de vuelta, los colores por todos lados, las tiendas, el transporte público vistoso, una maravilla."
"Y qué opina usted cuando va, por ejemplo a Göttingen?"
"Pienso tristemente que Erfurt va siempre para arriba, mientras que Göttingen va irremediablemente para abajo."
"Aha. Pero, apoco de plano todo es tan bonito desde la caída del muro?"
"Pues sí. Bueno, en realidad, no. Antes no había desempleados. Ahora son casi el 30% de la población. Y también ya aparecieron los vagabundos, como en Göttingen. Una tristeza. Y hay que pagar el seguro (una lanota acá en Alemania)."
Y poco a poco, uno ya no ve los colores, ni las fachadas. Se maravilla un tanto por descubrir una atedral católica construída justo a lado de una iglesiota protestante, así, compartiendo la misma escalinata. Sonríe uno para dentro. No puede olvidar tanta guerra y tanta persecusión... odio y sangre. La reforma, la contrareforma, el poder. Una y otra vez. Y se asquea uno, así de repente ante más tiendas. Y recuerda uno los periódicos que hablan de la terrible carga que aún representa la Alemania oriental para la otra. Recuerda el hecho que aún existan dos Alemanias. Pintadas igual, llenas de colores y de tiendas, pero aun dos. Diferentes.
De vuelta Göttingen, en una fiesta conoce uno a unos polacos, una checa, unos chilenos, peruanos, bolivianos, uno que otro alemán despistado, más gringos, otra mexicana, más camerunenses... Una checa que se va al otro día por la mañana de vuelta a Praga descubre el doble orígen de uno. Sonríe. Intenta balbucear algunas palabras en serbio. Dice que el verano pasado pasó un mes en Belgrado. Que es una ciudad hermosa (como no lo va a ser si es la ciudad de uno). Uno le platica que está cañón la situación. La también estudiante de ciencias políticas responde que la imagen que se tiene de los serbios es terrible. Los dos saben que en las agencias de viajes se recomienda fuertemente no entrar a aquellos lares. De hecho, ni paquetes hay. Algunas referencias al idioma croata acá y allá. Del serbio ni sus luces. Le recomienda a uno mejor agarrárse de lo mexicano que uno también es. Pa´evitar problemas. Uno le platica que es una especie de misión reivindicar el renombre. Tratar que mostrar que el prejuicio es señal de estupidez y superficialidad. Ella lo apoya en la misión. Mueve a cabeza en señal de entendimiento de lo difícil que eso puede llegar a ser. Uno no etiende. Intenta buscar la medida adecuada para tal cerrazón, tal tontería.
A veces, uno también siente llorar.
Hoy de vuelta es verano y en tres días llega la Chascona.