De amistades
Entre tanta locura que implicó el cambio de imágen (aunque no del todo) de este blog, se me había olvidado la parte esencial del mismo: escribir. En breve intentaré remendar la falta refiriendo lo que sigue.
(Por cierto, este blog y el que lo crea han despertado a la luz pública. Hoy podemos interactuar por medio del "glanz"-nuevo tag-board. Espero les guste.)
El fin de semana pasado (el viernes para ser exacto), tuvieron a bien visitarnos tres amigos que conocí en el curso del idioma en el Instituto Goethe, en Göttingen. A decir: un venezolano, un colombiano y un regio. Sus edades oscilan entre los 18 recién cumplidos y los 22, hecho que desde luego removió algunas reflexiones introspectivas.
Göttingen fue una fiesta, aunque no en todo momento me la había pasado tan bien. Es difícil estar así, solo y lejos. Lejos de la Chascona, los padres, los carnales, amigos, conocidos, las calles reconocibles, el idioma familiar... en fin, la vida misma de uno. En un cuartucho de escasos 5 metros cuadrados, una cocineta compartida con otros tres desdichados dejados a su suerte y un baño que se encontraba fuera del departamento, en el mero pasillo del edificio frente a las escaleras. Y aquí, cualquiera se imaginaría que las mencionadas escaleras bajarían desde el departamento. Sin embargo, tomando en cuenta que éste se encontraba en el primer subnivel (sótano pues, para ser más explícitos), las escaleras de hecho, subían; y subían directamente a la entrada principal del edificio, misma que rara vez permanecía cerrada. Así las cosas, al salirse uno de bañar por la mañana, se encontraba prácticamente en la calle. Así, húmedo y entoallado, a la merced de la brisa helada de las siete de la mañana de aquellos entumecidos días de un julio frío en las tierras teutónas.
Y estando uno así, aventado a la nueva realidad y acompañado casi exclusivamente de su habilidad por socializar (a veces experimentada, las más: escasa), no le queda a uno otra alternativa más que tratar de acompañarse. Y compañeros de estudio sobraban, los había muy diversos y todos, sin excepción, muy diferentes al círculo usual que uno frecuentaba y llamaba "la banda".
Entre las diferencias culturales marcadas con la gente del oriente asiático, de los cuales se puede aprender mucho y se pueden abrir los horizontes de maneras insospechadas, pero con los cuales definitivamente no se pueden abarcar temas demasiado profundos referentes a la vida de uno y su entorno, aunque sea tan sólo por el único hecho que el entorno y la vida de ellos se presentaba inmediatamente tan lejana y ajena; y los mismos alemanes, cuyo idioma uno aprende primero a aborrecer y luego a hablar; la opción más viable resultan ser los provenientes de América Latina. Así, pierde uno su identidad de mexicano, misma que en mi caso de por sí queda en entredicho, y se entrega de ambos brazos a vivir su "latinidad", cualquier sentido que ello pudiera tener.
Al pasar del tiempo, le empiezan a importar a uno muy poco las diferencias ideológicas, culturales, musicales o de percepción de la vida. Lo importante se vuelve el idioma común, la realidad jodida y el sentimiento de asombro ante la nueva situación que todos compartíamos. Lo anterior se había vuelto por demás dramático al tratarse de un instituto de idiomas más caro y de mayor renombre en Alemania. Este hecho influía, desde luego, en el tipo de personas que aquí acudían. Los menos eramos los becarios, por ejemplo del DAAD. La mayor parte de la concurrencia se pagaba la estancia por sí sola. Y ello significa mucho dinero, y mucho dinero en países pobres significa desde luego, ciertas muy marcadas conductas oligárquicas y realidades, aunque diversas entre ellas, muy comunes a los ojos de la educación pública y una cotidianidad clasemediera muy cercana a la escacés. Y, sin embargo, bebíamos y bailábamos y nos aferrábamos a lo poco que nos unía, no preocupándonos o no queriendo hacerlo, por todo lo que nos separaba.
Y así llegué al término de esa experiencia. Hoy, ya no somos todos iguales, todos estudiantes de idioma: una sociedad peculiar en la que la única diferencia estribaba en el grado de asimilación de las reglas garamaticales. De pronto, ellos batallan para ser aceptados en alguna universidad alemana, conseguir un buen lugar para hacer sus prácticas profesionales... o simplemente siguen bebiendo como cosácos en un año de fiesta que se tomaron como sabático y que le vendieron a sus papás como superación personal y académica. Al mismo tiempo, las pláticas se van apagando. El estrés de tomar una clase de física en alemán y aprobar el examen se va apartando dramáticamente del involucrado en preparar una clase similar, en inglés, y preparar ese examen que otros como ellos deberán aprobar... y calificarlos. De pronto, los diez años de diferencia en edad nos posicionan de los dos lados de ese malentendido púlpito de profesor, y también de muchas botellas vacías. Uno como adjunto, y el otro como estudiante, más interesado en los Coffee-shops de Amsterdam y su afamada Zona Roja, que en las bandas de energía de un semiconductor. El otro recordando y entendiendo perfectamente esa inquietud, aunque bostezando entre narraciones de borracheras épicas.
Pero, la reflexión me llevaba aún más a fondo. Nunca he sido bueno para escribirle a los amigos. La vida me ha enseñado que mi existencia está tejida de momentos, de situaciones todas en "el presente", que suceden una a la otra. Comprendí muy pronto que aferrarse a las maravillas del pasado significa sufrir, y que sufrir por lo que pasó lo paralizaba a uno y le impedía disfrutar de lo que va pasando. Así, me he vuelto un maravilloso "desprendedor". Sigo convencido que un sentimiento, un momento, una sensación resultan invaluables. Tanto, que es imprescindible guardarlos inmediatamente en una cajita de recuerdo, envolverla a ésta dulcemente con su moño y una tarjetita a manera de ficha de archivo... visitarla regularmente para quitarle el polvo y luego volverla a guardar en su lugar. Lo otro... el intentar perpetuar el momento, volverlo a crear una y otra vez, con las mismas personas que nunca son las mismas y el mismo entorno también siempre cambiante, es desgarrador. Así, yo amo a muchas personas en muchos momentos. Y cuando las veo, abrazamos juntos esa cajita del recuerdo, le quitamos el polvo ybrindamos por ella. Luego la guardamos y nos ponemos a platicar. A veces creamos otras cajitas igual de hermosas y de valores únicos... a veces, no. Así, yo mantengo mis recuerdos a salvo, muchas veces de mí mismo.
Y lo de la Chascona? Bueno, lo de la Chascona, eso sí que es otra historia...
Desde aquí, un brindis caluroso por todos los amigos y todos los momentos que no volverán, pero que tampoco desaparecerán jamás.
Vale!
Entre tanta locura que implicó el cambio de imágen (aunque no del todo) de este blog, se me había olvidado la parte esencial del mismo: escribir. En breve intentaré remendar la falta refiriendo lo que sigue.
(Por cierto, este blog y el que lo crea han despertado a la luz pública. Hoy podemos interactuar por medio del "glanz"-nuevo tag-board. Espero les guste.)
El fin de semana pasado (el viernes para ser exacto), tuvieron a bien visitarnos tres amigos que conocí en el curso del idioma en el Instituto Goethe, en Göttingen. A decir: un venezolano, un colombiano y un regio. Sus edades oscilan entre los 18 recién cumplidos y los 22, hecho que desde luego removió algunas reflexiones introspectivas.
Göttingen fue una fiesta, aunque no en todo momento me la había pasado tan bien. Es difícil estar así, solo y lejos. Lejos de la Chascona, los padres, los carnales, amigos, conocidos, las calles reconocibles, el idioma familiar... en fin, la vida misma de uno. En un cuartucho de escasos 5 metros cuadrados, una cocineta compartida con otros tres desdichados dejados a su suerte y un baño que se encontraba fuera del departamento, en el mero pasillo del edificio frente a las escaleras. Y aquí, cualquiera se imaginaría que las mencionadas escaleras bajarían desde el departamento. Sin embargo, tomando en cuenta que éste se encontraba en el primer subnivel (sótano pues, para ser más explícitos), las escaleras de hecho, subían; y subían directamente a la entrada principal del edificio, misma que rara vez permanecía cerrada. Así las cosas, al salirse uno de bañar por la mañana, se encontraba prácticamente en la calle. Así, húmedo y entoallado, a la merced de la brisa helada de las siete de la mañana de aquellos entumecidos días de un julio frío en las tierras teutónas.
Y estando uno así, aventado a la nueva realidad y acompañado casi exclusivamente de su habilidad por socializar (a veces experimentada, las más: escasa), no le queda a uno otra alternativa más que tratar de acompañarse. Y compañeros de estudio sobraban, los había muy diversos y todos, sin excepción, muy diferentes al círculo usual que uno frecuentaba y llamaba "la banda".
Entre las diferencias culturales marcadas con la gente del oriente asiático, de los cuales se puede aprender mucho y se pueden abrir los horizontes de maneras insospechadas, pero con los cuales definitivamente no se pueden abarcar temas demasiado profundos referentes a la vida de uno y su entorno, aunque sea tan sólo por el único hecho que el entorno y la vida de ellos se presentaba inmediatamente tan lejana y ajena; y los mismos alemanes, cuyo idioma uno aprende primero a aborrecer y luego a hablar; la opción más viable resultan ser los provenientes de América Latina. Así, pierde uno su identidad de mexicano, misma que en mi caso de por sí queda en entredicho, y se entrega de ambos brazos a vivir su "latinidad", cualquier sentido que ello pudiera tener.
Al pasar del tiempo, le empiezan a importar a uno muy poco las diferencias ideológicas, culturales, musicales o de percepción de la vida. Lo importante se vuelve el idioma común, la realidad jodida y el sentimiento de asombro ante la nueva situación que todos compartíamos. Lo anterior se había vuelto por demás dramático al tratarse de un instituto de idiomas más caro y de mayor renombre en Alemania. Este hecho influía, desde luego, en el tipo de personas que aquí acudían. Los menos eramos los becarios, por ejemplo del DAAD. La mayor parte de la concurrencia se pagaba la estancia por sí sola. Y ello significa mucho dinero, y mucho dinero en países pobres significa desde luego, ciertas muy marcadas conductas oligárquicas y realidades, aunque diversas entre ellas, muy comunes a los ojos de la educación pública y una cotidianidad clasemediera muy cercana a la escacés. Y, sin embargo, bebíamos y bailábamos y nos aferrábamos a lo poco que nos unía, no preocupándonos o no queriendo hacerlo, por todo lo que nos separaba.
Y así llegué al término de esa experiencia. Hoy, ya no somos todos iguales, todos estudiantes de idioma: una sociedad peculiar en la que la única diferencia estribaba en el grado de asimilación de las reglas garamaticales. De pronto, ellos batallan para ser aceptados en alguna universidad alemana, conseguir un buen lugar para hacer sus prácticas profesionales... o simplemente siguen bebiendo como cosácos en un año de fiesta que se tomaron como sabático y que le vendieron a sus papás como superación personal y académica. Al mismo tiempo, las pláticas se van apagando. El estrés de tomar una clase de física en alemán y aprobar el examen se va apartando dramáticamente del involucrado en preparar una clase similar, en inglés, y preparar ese examen que otros como ellos deberán aprobar... y calificarlos. De pronto, los diez años de diferencia en edad nos posicionan de los dos lados de ese malentendido púlpito de profesor, y también de muchas botellas vacías. Uno como adjunto, y el otro como estudiante, más interesado en los Coffee-shops de Amsterdam y su afamada Zona Roja, que en las bandas de energía de un semiconductor. El otro recordando y entendiendo perfectamente esa inquietud, aunque bostezando entre narraciones de borracheras épicas.
Pero, la reflexión me llevaba aún más a fondo. Nunca he sido bueno para escribirle a los amigos. La vida me ha enseñado que mi existencia está tejida de momentos, de situaciones todas en "el presente", que suceden una a la otra. Comprendí muy pronto que aferrarse a las maravillas del pasado significa sufrir, y que sufrir por lo que pasó lo paralizaba a uno y le impedía disfrutar de lo que va pasando. Así, me he vuelto un maravilloso "desprendedor". Sigo convencido que un sentimiento, un momento, una sensación resultan invaluables. Tanto, que es imprescindible guardarlos inmediatamente en una cajita de recuerdo, envolverla a ésta dulcemente con su moño y una tarjetita a manera de ficha de archivo... visitarla regularmente para quitarle el polvo y luego volverla a guardar en su lugar. Lo otro... el intentar perpetuar el momento, volverlo a crear una y otra vez, con las mismas personas que nunca son las mismas y el mismo entorno también siempre cambiante, es desgarrador. Así, yo amo a muchas personas en muchos momentos. Y cuando las veo, abrazamos juntos esa cajita del recuerdo, le quitamos el polvo ybrindamos por ella. Luego la guardamos y nos ponemos a platicar. A veces creamos otras cajitas igual de hermosas y de valores únicos... a veces, no. Así, yo mantengo mis recuerdos a salvo, muchas veces de mí mismo.
Y lo de la Chascona? Bueno, lo de la Chascona, eso sí que es otra historia...
Desde aquí, un brindis caluroso por todos los amigos y todos los momentos que no volverán, pero que tampoco desaparecerán jamás.
Vale!